Gotitas de infamia
Luis Paulino Vargas Solís | 26 de Enero 2011
1. Un escándalo de tráfico de influencias. Por esta vez -y no por casualidad ni de forma inocente- se destapó. Imposible saber cuántos casos más permanecen enterrados en el más profundo secreto. Desviste en media calle a los hermanos Arias. Pero ensucia también al gobierno de Chinchilla y al Poder Judicial en pleno.
2. A los diputados y diputadas del Partido Liberación Nacional (PLN) les corresponde interpretar, una vez más, su función teatral. Solo que ahora en condiciones más incómodas de lo que es usual. Jugar de bufón para defender lo indefendible o exhibirse públicamente con un monigote no ha de ser fácil. O quizá sí, tratándose de gente que hace mucho perdió todo sentido de la dignidad y la decencia.
3. En ese contexto, escuché a un diputado del PLN diciendo algo como esto: “don Rodrigo (el menor de los Arias) no hizo más que lo que cualquier costarricense haría: llamar a un amigo Ministro para aclarar algunas dudas”. Si, claro, “cualquier costarricense…”. Es una buena manera de evidenciar de qué forma esta gente ha interiorizado el tráfico de influencias como cuestión “normal”, tan natural como la lluvia en una tarde de octubre. A eso me refiero cuando hablo de gente para la cual dignidad y vergüenza son palabras escritas en un indescifrable idioma extra-galáctico.
4. El fiscal es entrevistado en un canal de televisión. Una entrevista light y complaciente. Una de las cosas que se dejó decir el fiscal discurría más o menos así: “Tengo 33 años de ser fiscal” a lo cual agregaba: “ahora que soy fiscal general vengo a descubrir la bancarrota ética de la fiscalía”. Inevitable preguntarse: ¿y de que le sirvieron aquellos 33 años? Cierto, ese no es aquí el tema, excepto porque inevitablemente suscita la preocupación: ¿pero de dónde sacan a estos tipos? Lo peor es que han devenido epidemia en las altas jerarquías de la institucionalidad pública.
5. Me gustaría saber: ¿cuántas investigaciones más suspendió el fiscal -siendo tan solo fiscal electo, sin haber asumido funciones- además de la que afectaba al hermanillo Arias? Esta, dice el fiscal, ameritaba de su parte mayor estudio. Difícilmente alguna otra acumulaba tales méritos. Obvio: no es lo mismo llamarse fulanito-de-tal que Rodrigo Arias Sánchez.
6. Nada como la frase lapidaria y prodigiosa del fiscal que tanto ha molestado a algunos figurones de la Corte Plena: “pero si es cosa de todos los días que funcionarios públicos llamen al Poder Judicial…”. Magistrados y magistradas -paradigma de circunspección y santa indignación- se rasgan vestiduras. Y, sin embargo, me sospecho que el fiscal -ofuscado por la situación planteada- tan solo soltó una verdad del tamaño del Aconcagua. Que no se nos olvide la famosa frase del hermano mayor Arias, recogida en el libro de Guido Sáenz, acerca del magistrado de la Sala IV que lo “traicionó” en ocasión de aquella su primera intentona de golpe de estado constitucional para el restablecimiento de la re-elección presidencial. Obviamente no se trata de que “cualquier funcionario” ande llamando a jueces, fiscales y magistrados. Ello no está al alcance de luisa, juan o rosario pero sí de Arias Sánchez y Tijerino.
7. Esto es esencialmente un problema político, vinculado con la forma cómo se ejerce el poder y en relación con quiénes lo ejercen. Solo después de eso es un asunto jurídico (lo cual no niega la importancia de este aspecto). De entrada, y aún sin considerar lo que haya hecho o dejado de hacer en relación con el caso de Rodrigo Arias, el fiscal no es inocente desde el punto de vista de que es parte de una estructura de poder esencialmente viciada. El propio fiscal, así como el señor Tijerino, lo ilustran muy bien, con ese estilo de “puerta giratoria” (como dicen los gringos) que marca sus carreras: hoy están en la fiscalía y mañana en un ministerio o viceversa.
8. Las llamadas de Rodrigo Arias y de Tijerino no tendrían tanta significación de no ser porque son signos de una lógica de poder repetitiva, estructuralmente establecida: la del tráfico de influencia, la del compadrazgo, la de lo público como instrumento de favorecimiento privado. Y en cuanto que sistema y estructura, conviene tener claro un detalle: los Arias no son más que la punta del témpano. El engranaje total los sobrepasa muy ampliamente.
9. Los ejemplos que ilustran acerca del funcionamiento de esta estructura de poder se arraciman y pintan un cuadro abrumador, de verdadera catástrofe: de los millones de dólares con que se ha querido sobornar a los trabajadores de JAPDEVA, al desastre de la carretera a Caldera, la estafa con el aeropuerto o, ahorita mismo, la desvergüenza con el caso Crucitas o el regalo de la infraestructura del ICE -un esfuezo mancomunado de todos los costarricenses- a transnacionales de las telecomunicaciones. No por casualidad el Arias mayor se quejaba ante Guido Sáenz de la “traición” de un magistrado de la Sala IV. En su lógica retorcida, la institucionalidad pública simplemente constituye un patrimonio personal con el que pueden hacer lo que mejor les plazca.
10. Viéndonos la cara de estupidez, hay quien pretende hacer creer que es mera casualidad la coincidencia entre la decisión del fiscal de suspender la indagatoria a R. Arias y las llamadas de Tijerino y el propio Arias (y váyase a saber cuántas más) que se cruzaban aquí y allá. Quién quita y quizá todavía ocurran hechos prodigiosos como los que cuentan la mitología griega o la judeocristiana. Y, sin embargo, es harto difícil creerlo, justo porque existe un patrón consistente y sistemático que nos habla de una estructura de poder viciada y de un sistema institucional corrupto. Estos hechos calzan en forma precisa dentro de esa lógica.
Luis Paulino Vargas Solís | 26 de Enero 2011
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